INSTITUTO PARA EL CAMBIO GLOBAL. FUNDACION WITAICON

jueves, 11 de junio de 2009

CRISIS FINANCIERA, DEPRESION Y SALUD

Dra Margaret Chan. Directora de la OMS.

Tomado de : El efecto de las crisis mundiales en la salud: dinero, clima y microbios

Estamos en el comienzo de la que, según los expertos, podría ser la crisis financiera y recesión económica más grave desde 1929, el año en que comenzó la Gran Depresión.
La semana pasada, el Banco Mundial publicó una evaluación del impacto que está produciendo la crisis en los países en desarrollo. La evaluación fue mucho más pesimista que hace tan sólo dos meses, y predijo que la situación se agravaría. En los países prósperos, la gente está perdiendo sus trabajos, sus hogares y sus ahorros, y esto es trágico. En los países en desarrollo, la gente perderá la vida.
Estamos también inmersos en el impulso más ambicioso de la historia para reducir la pobreza y las grandes desigualdades en resultados sanitarios. Nadie quiere que este impulso se frene.

Sin embargo, entre la necesidad y las buenas intenciones está la realidad. ¿Qué pasa si los enormes rescates financieros hacen saltar la banca? ¿Qué pasa si sencillamente no hay dinero para continuar los programas nacionales de salud o para financiar el desarrollo de la salud en terceros países? A nivel individual, ¿qué pasa si la gente sencillamente no puede permitirse cuidar de su salud?
En cierto sentido, la Declaración del Milenio y sus Objetivos actúan como estrategia correctora: tienen por finalidad garantizar que la globalización es plenamente incluyente y equitativa, y que sus beneficios se reparten de forma más uniforme.
Su finalidad es aportar a este mundo asimétrico un mayor grado de equilibrio, en oportunidades, en niveles de ingresos y en salud. El principio ético subyacente es sencillo: quienes sufren o quienes menos se benefician merecen la ayuda de quienes más se benefician.

En otras palabras, la finalidad de los Objetivos de Desarrollo del Milenio es compensar los efectos de sistemas internacionales que generan progreso y beneficios, pero que no cuentan con normas que garanticen la distribución justa de estas ventajas.

Según refleja claramente el informe del Banco Mundial de la semana pasada, las condiciones financieras a las que se enfrentan los países en desarrollo se han deteriorado de forma acusada, la prestación de servicios sociales fundamentales está en peligro, y habrá consecuencias a largo plazo.

La consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y los beneficios derivados de su estrategia correctora, están ahora en peligro. ¿Qué pasa si la crisis financiera destruye la mejor oportunidad que hemos tenido en la historia de transformar este mundo y aumentar la justicia social?

El mundo necesita desesperadamente una estrategia correctora. Las enormes diferencias actuales, en niveles de ingresos, oportunidades y resultados sanitarios, son precursores de la descomposición social. Un mundo con grandes desequilibrios en materia de salud no es estable ni seguro.

No me malinterpreten: no estoy en contra del libre comercio, ni estoy a favor del proteccionismo; soy plenamente consciente de la estrecha vinculación entre el aumento de la prosperidad económica, a nivel de los hogares y nacional, y la mejora de la salud.
Pero debo afirmar lo siguiente: el mercado no resuelve los problemas sociales.

Las políticas que rigen los sistemas internacionales que nos vinculan a todos tan estrechamente deben mirar más allá de los beneficios financieros, las ventajas para el comercio, y el crecimiento económico sin objetivos ulteriores; deben responder a las preguntas realmente importantes:

¿Qué efecto tienen sobre la pobreza, la miseria, la mala salud y la muerte prematura? ¿Contribuyen a hacer más justa la distribución de los beneficios del progreso socioeconómico? ¿O nos están llevando hacia un mundo cada vez más desequilibrado, especialmente en materia de salud?

Yo opino que el acceso equitativo a la atención de salud y una mayor equidad en los resultados de salud son fundamentales para el buen funcionamiento de la economía. Opino también que los resultados de salud equitativos deberían ser la principal medida de nuestro progreso, como sociedad civilizada.

Este mundo no alcanzará la justicia en materia de salud por sí solo. Las decisiones económicas tomadas en un país no protegerán automáticamente a los pobres ni garantizarán el acceso universal a la atención básica de salud.
La globalización no se autorregulará para favorecer una distribución equitativa de los beneficios. Las empresas no se preocuparán automáticamente de las cuestiones sociales, al tiempo que se ocupan de obtener beneficios. Los acuerdos sobre comercio internacional no garantizarán, por sí solos, la seguridad alimentaria, ni la seguridad en el empleo, ni la seguridad sanitaria, ni el acceso a medicamentos a precios asequibles.
Para alcanzar cualquiera de estos resultados es preciso tomar decisiones políticas deliberadas.

El sector de la salud no intervino en las políticas que condujeron a la crisis financiera o hicieron inevitable el cambio climático, pero será el más afectado por las consecuencias.

El efecto de la crisis financiera en la salud preocupa a países de todo tipo, con independencia de su grado de desarrollo.

Los dirigentes de los países están preocupados por el posible empeoramiento de la salud conforme crece el desempleo, fallan las redes de protección social, se reducen los ahorros y los fondos de pensiones, y disminuye el gasto en salud.
También están preocupados por las enfermedades mentales y la ansiedad, y por un posible aumento del consumo de tabaco, alcohol, y otras sustancias perjudiciales, como ha ocurrido en el pasado.

Están preocupados por la nutrición, y con razón. Los dramáticos cambios recientes en la oferta mundial de alimentos hacen que esta recesión económica sea diferente en términos de amenazas para la salud derivadas de una nutrición deficiente. La producción de alimentos ha alcanzado hoy en día un alto grado de industrialización, y su distribución y comercialización tienen un alcance mundial.
En tiempos difíciles, los alimentos elaborados, con alto contenido de grasas y azúcar y bajo contenido de nutrientes esenciales, se convierten en la forma más barata de llenar un estómago hambriento. Estos alimentos contribuyen a la obesidad y a enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación, y privan a los niños de corta edad de nutrientes esenciales.
Debemos además estar prevenidos contra otras amenazas para la salud: en tiempos de crisis económica, la gente tiende a renunciar a la atención sanitaria privada y a utilizar más los servicios de financiación pública, y esta tendencia se producirá en un momento en el que los sistemas de salud pública de muchos países están ya muy sobrecargados y cuentan con financiación insuficiente.

En muchos países con ingresos bajos, más del 60% del gasto sanitario corresponde a pagos que realizan directamente los usuarios. La recesión económica aumenta el riesgo de que la gente descuide la atención de salud, con el consiguiente perjuicio para la prevención. La reducción de los cuidados preventivos es particularmente preocupante en un momento en el que hay una tendencia mundial de envejeciendo demográfico y aumento de las enfermedades crónicas.
Sabemos también que las mujeres y los niños de corta edad están entre los primeros que se verán afectados por un deterioro de las circunstancias financieras y la disponibilidad de alimentos. Las mujeres son uno de los últimos sectores de la población que se recupera cuando mejora la situación.

Los responsables de la salud están también preocupados por el riesgo de que no puedan mantenerse los niveles actuales de financiación para el desarrollo internacional en materia de salud. La evaluación publicada la semana pasada por el Banco Mundial justifica plenamente estas preocupaciones. Las consecuencias serán nefastas.
Bastantes más de tres millones de personas de países de ingresos bajos y medios reciben ahora tratamiento antirretrovírico contra el VIH/SIDA que prolonga su supervivencia. Se han rejuvenecido sus vidas. Se han revitalizado sus familias y comunidades. El tratamiento es, desde luego, de por vida. ¿Podemos, ética y moralmente, reducir el gasto en este campo?

Las consecuencias nefastas pueden también ser contagiosas. Las interrupciones del suministro de medicamentos, sobre todo de los necesarios para tratar enfermedades como el SIDA, la tuberculosis y la malaria, producen numerosas muertes evitables. Además, estas interrupciones aceleran el desarrollo de resistencia a los medicamentos.
Puede producirse una rápida expansión internacional de formas fármaco-resistentes de ciertas enfermedades. Ya mismo estamos siendo testigos de este fenómeno: está aumentando la incidencia de tuberculosis multi-resistente y, lo que es más alarmante aún, de tuberculosis extremadamente fármaco-resistente. Esta forma de la enfermedad es virtualmente imposible de tratar, y produce tasas de letalidad próximas al 100%.
Si aumenta su propagación internacional podríamos retroceder, en términos de su tratamiento, hasta la época anterior al desarrollo de los antibióticos. ¿Puede el mundo realmente permitirse correr otro riesgo de esta magnitud?

La vigilancia de las enfermedades emergentes contribuye a la seguridad internacional. Si se ponen en peligro las capacidades básicas de vigilancia y de laboratorio, ¿detectarán las autoridades sanitarias el próximo brote de una enfermedad peligrosa como el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS), o descubrirán la emergencia de un virus pandémico a tiempo para advertir al mundo del peligro y mitigar los daños?
Sabemos que la asistencia exterior en materia de salud se ha multiplicado por más de dos desde comienzos del siglo actual. No obstante, alrededor de la mitad de los países del mundo no cuentan con capacidad para financiar siquiera el conjunto más rudimentario de servicios de salud básicos para la supervivencia.
La reducción de la asistencia financiera exterior será realmente demoledora.
En todo el mundo, alrededor de mil millones de personas viven ya al límite de la supervivencia. Bastaría un leve empujón para hacerlos caer al precipicio. Tanto la crisis financiera como el cambio climático podrían producir este efecto.

1 comentario:

  1. Los países deben velar por darle el lugar que le corresponde a la salud social integral dentro de la globalización.

    ResponderEliminar