INSTITUTO PARA EL CAMBIO GLOBAL. FUNDACION WITAICON

sábado, 11 de abril de 2009

¿Civilización, cinismo y neoliberalismo?

Natalia Sierra. Universidad Pontificia del Ecuador.

La crisis y la consolidación del poder de las clases dominantes

¿Marca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que se entienda por neoliberalismo. En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el libre mercado. Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha sido todo un éxito.

Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los setenta fue que el poder del Estado tenía que proteger las instituciones financieras, costara lo que costara. Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982. Eso habría destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México. Mas, al hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana. En otras palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la práctica regular del FMI desde entonces. El presente rescate es el mismo viejo cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.

Lo que pasó en los EEUU fue que 8 hombres nos dieron un documento de 3 páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de dólares, y no se hable más”. Para mí eso fue una suerte de golpe financiero contra el Estado y contra la población norteamericanos. Lo que significa que no se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de ella con una consolidación todavía mayor de esa clase. Terminará habiendo 4 o 5 grandes entidades financieras en los EEUU, no más. Muchos en Wall Street están ya medrando ahora mismo. Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y adquisiciones, está ganando dinero a espuertas. Algunos no escaparán a la quema, pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero. Andrew Mellon –banquero norteamericano, Secretario del Tesoro en 1921-32— dejó estupendamente dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus legítimos propietarios. Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un nuevo modelo de desarrollo capitalista. Las grandes alteraciones llevan a una reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase. Podría ir mal, políticamente hablando. El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y no han nacionalizado los bancos.

Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este lío. La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración Clinton. ¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero? Eso no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la rediseñarán? La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de Obama; también el grueso de la prensa.

Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera. Yo no creo que deban abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), ni siquiera el FMI. Yo creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse radicalmente. La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su arquitectura. Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en que esas instituciones funcionan y pueden funcionar. Y eso es muy peligroso, porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.

Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado

Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Depende de hasta qué punto el conjunto de la población diga: “¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el sistema!”. Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido prácticamente nada de este sistema. Pero no se han rebelado. En los EEUU, en los últimos 7 u 8 años, se ha deteriorado en general la condición de las clases trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia. El capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de funcionamiento de la economía.

Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación continuada de capital fue, en los 60 y comienzos de los 70, el factor trabajo. Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EEUU, y el mundo del trabajo estaba bien organizado, con influencia política. De modo, pues, que una de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era: ¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos y más dóciles? Había varias respuestas. Una pasaba por estimular la inmigración. En los EEUU se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos). A fines de los 60, el gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su imperio. Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de lidiar con el problema.

Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para aplastar al movimiento obrero organizado. Finalmente, y por la vía de la deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente. Eso fue facilitado por dos cosas. Primero, la reorganización técnica de los sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera. En segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del espacio global.

Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener problemas al respecto. Podía tener problemas específicos en zonas particulares, pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el subitáneo colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global en el pequeño espacio de 20 años. Así pues, la disponibilidad de trabajo no representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años. Pero cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en represar los salarios, eso limitará los mercados. De modo que el capital comenzó a tener problemas con sus mercados. Y ocurrieron dos cosas.

La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares. Así, en los EEUU de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares rondaba los 40.000 dólares [copnstantes], mientras que ahora es de unos 130.000 dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas. La deuda de los hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer. Y empiezas por la respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a encontrar ya con hipotecas subprime en circulación. Buscas crear un mercado. De modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por deuda de gente prácticamente sin ingresos. Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.

Todos los análisis sobre la actual crisis del capital, tanto los moderados como los radicales, más allá de sus explícitas declaraciones, coinciden en una sola cosa: el capitalismo no va más, se terminó, finito y cualquier intento por sostenerlo, por revivirlo solo provocará que su desplome sea más catastrófico.

Ya está claro que la crisis financiera es un elemento más de la crisis global de la civilización capitalista, creer en lo contrario es simplemente esconder la basura bajo la alfombra hasta que se atiborre de podredumbre y estalle en el corazón del insolente narcisismo burgués que la ha generado.

La despreciada tesis marxista sobre la baja en la tasa de ganancia, que explicaba el límite interno del propio desarrollo de la economía capitalista, hoy por hoy se cumple por sobre las novelerías liberales-burguesas (keynesianas o neoliberales).

Sabemos que la crisis actual es el desenlace necesario de la crisis crónica de sobreproducción que desde hace cuatro décadas soportan las economías centrales, decir que la intervención del estado para proteger el mercado va a salvarnos de este atolladero civilizatorio es una vana ilusión que puede hacer abortar la última posibilidad de cambiar la historia, y evitar el hundimiento humano en la barbarie y en el colapso ecológico que necesariamente la va a acompañar.

El límite civilizatorio al que hemos arribado nos impone una elección -que debería ser obligada si aún sobrevive la razón histórica, si aún sobrevive la volunta humana de poder desplegar mundo-: o atravesamos el umbral de lo conocido, gastado y acabado, en otras palabras atravesamos la frontera que contiene este destruido ensayo civilizatorio y emprendemos la construcción de otro mundo, o el miedo nos paraliza y desaprovechamos la posibilidad a-histórica que la propia crisis civilizatoria a abierto, es decir nos encerramos en este tiempo histórico y nos autocondenamos a la destrucción humana.

Parece ser que en estas épocas de profundas crisis civilizatoria, donde la historia conocida se paraliza en una especie de compulsión a la repetición paranoica de sus últimos pasos, se abre la única posibilidad de elección real para la conciencia humana. Momento único de libertad para elegir el destino de la humanidad, pues nada garantiza ni asegura que el ser humano se sumerja en la pulsión de muerte y la atraviese produciendo un nuevo acontecimiento histórico, digamos creando otro mundo desde la potencia de su pulsión de vida.

Así mismo, ninguna fuerza trascendental metafísica, llámese Dios, Razón o Fuerzas Productivas, va a impedir que quedemos fatalmente atrapados en la pulsión de muerte, en este caso derrotados por la insoportable angustia de nuestra complicada y crítica existencia humana podemos buscar el sosiego en la muerte biológica de nuestra especie.

Dicho de otra manera, sino aceptamos la muerte simbólica que implica aceptar que el mundo moderno capitalista con todas sus promesas filosóficas, políticas, económicas, tecnológica, e ideológicas terminó y con él el humano concebido y estructurado desde ese paradigma, lo más probable es que tengamos que enfrentarnos a la desaparición de la especie humana, debido a la inevitable catástrofe ecológica y social que esta obsesión de perpetuidad capitalista provoca.

El desgaste de esta civilización parece haber provocado en el ser humano un doble trastorno -social y biológico -. Por un lado, hemos sido presa de un pesado cinismo desde el que sabemos exactamente lo que está sucediendo con la civilización y el medio ambiente y sin embargo mantenemos una fría distancia cómplice y resignada frente a un destino catastrófico asumido como fatal.

El cínico es una especie de espectador pasivo del último espectáculo humano; el sujeto de la cultura del espectáculo acostumbrado a ver a través de la pantalla del televisor los desastres humanos y ecológicos mezclados con las producciones hollywoodenses sin poder distinguir la realidad de la ilusión mediática. Por otro lado, la enajenación humana producida por la lógica económica capitalista parece haber provocado una profunda estupidez, un daño cerebral que nos impide tomar las decisiones necesarias para detener el colapso de la vida humana.

Para tener un criterio de la profunda estupidez humana, basta con mirar el gigantesco salvataje al sistema financiero que los estados de los países industrializados han realizado, buscando salvar al capitalismo de su peor crisis; salvar al criminal regalándole la misma arma con la cual cometió su crimen, para asegurar que lo vuelva a cometer. Se dirá que justamente ésta es la lógica que mueve a la economía capitalista y que en ese sentido es absolutamente racional, pues responde a los intereses del capital, de hecho es así, pero justamente es esa coherencia racional del capital donde radica la estupidez humana que la hace viable.

La lógica irracional del capital inscrita en la subjetividad humana es lo que ha provocado su daño cerebral, su estupidez. Ciertos biólogos dirían que quizás la especie sapiens ya cumplió su ciclo vital y tienen que desaparecer, sin embargo desde la mirada del pensamiento social (humanista) no es fácil aceptar este argumento biológico, posiblemente haya en la mirada social demasiado narcisismo antropocéntrico pero es difícil renunciar a él, es difícil aceptar el fin de la especie humana, a pesar de que parece estar enferma de muerte, contaminada de cinismo y estupidez.

Queriendo evitar el asesinato total de la utopía, se puede decir que hay un humano que quizás ha podido escapar al virus del cinismo y la estupidez, digamos, escapar a la subjetividad del capitalismo en su época terminal. El humano menos “humano” en el capitalismo, el menos “racional”, el menos moderno, el menos ciudadano, el menos sujeto, el menos individuo, el menos propietario privado, el menos consumista; es ese humano el que podría abrir el acontecimiento, abrir el tiempo de la historia en tanto que tiempo de creación y despliegue de mundo.

Ese humano que carece de lugar en este mundo, tanto de lugar físico porque ha sido expulsado de su territorio, cuanto de lugar psíquico-subjetivo porque no calza ni alcanza con los atributos que definen la humanidad en la modernidad capitalista. Ese humano extranjero, absolutamente extranjero en el mundo capitalista, el que por el hecho de no tener lugar en el espacio del mercado mundial -ni como obrero, ni como consumidor, ni como ciudadano, ni como sujeto, ni como propietario privado, ni como individuo- tienen que abrir la puerta hacia otro mundo donde pueda existir, porque en éste simplemente no tienen oportunidad de existir, porque éste no es más su mundo, porque todo en él le es extraño y ajeno.

Ese humano es la mayoría silenciada, coartada de decisiones, prohibida de opciones, esa mayoría que padece las necias decisiones del poder burgués a nivel mundial y justamente por esto puede poner una distancia, no cínica, con el capitalismo, sus crisis, sus absurdos, sus contradicciones, sus promesas fracasadas y sus ilusiones gastadas.

Puede detenerse y observar, ocupar el lugar del observador que con su mirada extranjera desmonta la buena marcha del ritual mercantil que confirma el mito capitalista, digamos que puede observar las necedades de los rescates financieros que los estados aplican para salir de la crisis, o aquellos de las recetas científico-tecnológicas para evitar la ruina ecológica, o esos de las inyecciones económicas para motivar e impulsar el consumo depredador de los ciudadanos de los países industrializados, etc. El es el único observador extranjero de la idiotez del hombre moderno, el que puede escapar de la compulsión que nos lleva a caminar lo andado y repetir la historia.

La tarea de ese extranjero ya no es buscar un lugar en este mundo (exigir los derechos del ciudadano, mendigar recursos para su conversión en consumidor, reclamar su condición de fuerza de trabajo ofertable en el mercado laboral internacional, etc.), ya ni siquiera es acabar con este mundo porque el capitalismo se acabó “solo”, implosiona sin ayuda, su tarea es hacer justicia con su propia insistencia de porvenir y, como diría Alain Badieu, hacerse cargo de las consecuencia de la misma. Su tarea es provocar el acontecimiento histórico, porque solo el pueblo sin lugar puede romper el espacio que le niega y empezar a caminar, empezar su éxodo hacia otra manera de ser, otra manera de existir, otra humanidad.

El éxodo hacia el otro mundo no es fácil, exige asumir la muerte simbólica, es decir renunciar a este mundo y todas su promesas e ilusiones, que de paso hay que decir que ya casi no existen así que resulta menos complicado sino somos necios, renunciar y no regresar a ver, atravesar el desierto con la convicción absoluta e inmanente de que lo que construyamos más allá de este viejo y agónico mundo siempre será mejor, solo por el hecho de que empezaremos a construir.

Entendiendo que el capital ha colonizado la totalidad del territorio natural cerrando el tiempo de su propia historia y abarcando todo el espacio Tierra, el éxodo hacia el otro mundo no es un movimiento de desplazamiento espacial, es un viaje a un mundo otro, a una otra dimensión en el mismo punto azul del universo solar; es un viaje que no camina lo caminado aunque recorra las mismas geografías.

El éxodo hacia el otro mundo es una aventura psíquica, simbólica, subjetiva y material que exige mucha disciplina, pues como todo viaje a lo desconocido implica precariedad, indigencia, miedo y vulnerabilidad y solo la disciplina permitirá inscribir e instaurar una manera distinta de vivir, nuevas formas de mirarnos de relacionarnos, una nueva manera de estar en y con la naturaleza.

Los procesos donde se empieza una nueva praxis humana, digamos otra objetivación humana, tiene la cualidad de lo sagrado, es decir, reúnen en una misma experiencia lo tremendo y lo fascinante de lo no conocido, de lo aún no dibujado ni tejido.

Recuperar la radicalidad epistémica del pensamiento marxista.

¿Civilización, cinismo y neoliberalismo?

La crisis y la consolidación del poder de las clases dominantes

¿Marca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que se entienda por neoliberalismo. En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el libre mercado. Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha sido todo un éxito.

Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los setenta fue que el poder del Estado tenía que proteger las instituciones financieras, costara lo que costara. Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982. Eso habría destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México. Mas, al hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana. En otras palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la práctica regular del FMI desde entonces. El presente rescate es el mismo viejo cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.

Lo que pasó en los EEUU fue que 8 hombres nos dieron un documento de 3 páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de dólares, y no se hable más”. Para mí eso fue una suerte de golpe financiero contra el Estado y contra la población norteamericanos. Lo que significa que no se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de ella con una consolidación todavía mayor de esa clase. Terminará habiendo 4 o 5 grandes entidades financieras en los EEUU, no más. Muchos en Wall Street están ya medrando ahora mismo. Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y adquisiciones, está ganando dinero a espuertas. Algunos no escaparán a la quema, pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero. Andrew Mellon –banquero norteamericano, Secretario del Tesoro en 1921-32— dejó estupendamente dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus legítimos propietarios. Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un nuevo modelo de desarrollo capitalista. Las grandes alteraciones llevan a una reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase. Podría ir mal, políticamente hablando. El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y no han nacionalizado los bancos.

Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este lío. La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración Clinton. ¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero? Eso no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la rediseñarán? La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de Obama; también el grueso de la prensa.

Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera. Yo no creo que deban abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), ni siquiera el FMI. Yo creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse radicalmente. La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su arquitectura. Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en que esas instituciones funcionan y pueden funcionar. Y eso es muy peligroso, porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.

Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado

Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Depende de hasta qué punto el conjunto de la población diga: “¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el sistema!”. Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido prácticamente nada de este sistema. Pero no se han rebelado. En los EEUU, en los últimos 7 u 8 años, se ha deteriorado en general la condición de las clases trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia. El capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de funcionamiento de la economía.

Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación continuada de capital fue, en los 60 y comienzos de los 70, el factor trabajo. Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EEUU, y el mundo del trabajo estaba bien organizado, con influencia política. De modo, pues, que una de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era: ¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos y más dóciles? Había varias respuestas. Una pasaba por estimular la inmigración. En los EEUU se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos). A fines de los 60, el gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su imperio. Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de lidiar con el problema.

Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para aplastar al movimiento obrero organizado. Finalmente, y por la vía de la deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente. Eso fue facilitado por dos cosas. Primero, la reorganización técnica de los sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera. En segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del espacio global.

Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener problemas al respecto. Podía tener problemas específicos en zonas particulares, pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el subitáneo colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global en el pequeño espacio de 20 años. Así pues, la disponibilidad de trabajo no representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años. Pero cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en represar los salarios, eso limitará los mercados. De modo que el capital comenzó a tener problemas con sus mercados. Y ocurrieron dos cosas.

La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares. Así, en los EEUU de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares rondaba los 40.000 dólares [copnstantes], mientras que ahora es de unos 130.000 dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas. La deuda de los hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer. Y empiezas por la respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a encontrar ya con hipotecas subprime en circulación. Buscas crear un mercado. De modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por deuda de gente prácticamente sin ingresos. Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.

Todos los análisis sobre la actual crisis del capital, tanto los moderados como los radicales, más allá de sus explícitas declaraciones, coinciden en una sola cosa: el capitalismo no va más, se terminó, finito y cualquier intento por sostenerlo, por revivirlo solo provocará que su desplome sea más catastrófico.

Ya está claro que la crisis financiera es un elemento más de la crisis global de la civilización capitalista, creer en lo contrario es simplemente esconder la basura bajo la alfombra hasta que se atiborre de podredumbre y estalle en el corazón del insolente narcisismo burgués que la ha generado.

La despreciada tesis marxista sobre la baja en la tasa de ganancia, que explicaba el límite interno del propio desarrollo de la economía capitalista, hoy por hoy se cumple por sobre las novelerías liberales-burguesas (keynesianas o neoliberales).

Sabemos que la crisis actual es el desenlace necesario de la crisis crónica de sobreproducción que desde hace cuatro décadas soportan las economías centrales, decir que la intervención del estado para proteger el mercado va a salvarnos de este atolladero civilizatorio es una vana ilusión que puede hacer abortar la última posibilidad de cambiar la historia, y evitar el hundimiento humano en la barbarie y en el colapso ecológico que necesariamente la va a acompañar.

El límite civilizatorio al que hemos arribado nos impone una elección -que debería ser obligada si aún sobrevive la razón histórica, si aún sobrevive la volunta humana de poder desplegar mundo-: o atravesamos el umbral de lo conocido, gastado y acabado, en otras palabras atravesamos la frontera que contiene este destruido ensayo civilizatorio y emprendemos la construcción de otro mundo, o el miedo nos paraliza y desaprovechamos la posibilidad a-histórica que la propia crisis civilizatoria a abierto, es decir nos encerramos en este tiempo histórico y nos autocondenamos a la destrucción humana.

Parece ser que en estas épocas de profundas crisis civilizatoria, donde la historia conocida se paraliza en una especie de compulsión a la repetición paranoica de sus últimos pasos, se abre la única posibilidad de elección real para la conciencia humana. Momento único de libertad para elegir el destino de la humanidad, pues nada garantiza ni asegura que el ser humano se sumerja en la pulsión de muerte y la atraviese produciendo un nuevo acontecimiento histórico, digamos creando otro mundo desde la potencia de su pulsión de vida.

Así mismo, ninguna fuerza trascendental metafísica, llámese Dios, Razón o Fuerzas Productivas, va a impedir que quedemos fatalmente atrapados en la pulsión de muerte, en este caso derrotados por la insoportable angustia de nuestra complicada y crítica existencia humana podemos buscar el sosiego en la muerte biológica de nuestra especie.

Dicho de otra manera, sino aceptamos la muerte simbólica que implica aceptar que el mundo moderno capitalista con todas sus promesas filosóficas, políticas, económicas, tecnológica, e ideológicas terminó y con él el humano concebido y estructurado desde ese paradigma, lo más probable es que tengamos que enfrentarnos a la desaparición de la especie humana, debido a la inevitable catástrofe ecológica y social que esta obsesión de perpetuidad capitalista provoca.

El desgaste de esta civilización parece haber provocado en el ser humano un doble trastorno -social y biológico -. Por un lado, hemos sido presa de un pesado cinismo desde el que sabemos exactamente lo que está sucediendo con la civilización y el medio ambiente y sin embargo mantenemos una fría distancia cómplice y resignada frente a un destino catastrófico asumido como fatal.

El cínico es una especie de espectador pasivo del último espectáculo humano; el sujeto de la cultura del espectáculo acostumbrado a ver a través de la pantalla del televisor los desastres humanos y ecológicos mezclados con las producciones hollywoodenses sin poder distinguir la realidad de la ilusión mediática. Por otro lado, la enajenación humana producida por la lógica económica capitalista parece haber provocado una profunda estupidez, un daño cerebral que nos impide tomar las decisiones necesarias para detener el colapso de la vida humana.

Para tener un criterio de la profunda estupidez humana, basta con mirar el gigantesco salvataje al sistema financiero que los estados de los países industrializados han realizado, buscando salvar al capitalismo de su peor crisis; salvar al criminal regalándole la misma arma con la cual cometió su crimen, para asegurar que lo vuelva a cometer. Se dirá que justamente ésta es la lógica que mueve a la economía capitalista y que en ese sentido es absolutamente racional, pues responde a los intereses del capital, de hecho es así, pero justamente es esa coherencia racional del capital donde radica la estupidez humana que la hace viable.

La lógica irracional del capital inscrita en la subjetividad humana es lo que ha provocado su daño cerebral, su estupidez. Ciertos biólogos dirían que quizás la especie sapiens ya cumplió su ciclo vital y tienen que desaparecer, sin embargo desde la mirada del pensamiento social (humanista) no es fácil aceptar este argumento biológico, posiblemente haya en la mirada social demasiado narcisismo antropocéntrico pero es difícil renunciar a él, es difícil aceptar el fin de la especie humana, a pesar de que parece estar enferma de muerte, contaminada de cinismo y estupidez.

Queriendo evitar el asesinato total de la utopía, se puede decir que hay un humano que quizás ha podido escapar al virus del cinismo y la estupidez, digamos, escapar a la subjetividad del capitalismo en su época terminal. El humano menos “humano” en el capitalismo, el menos “racional”, el menos moderno, el menos ciudadano, el menos sujeto, el menos individuo, el menos propietario privado, el menos consumista; es ese humano el que podría abrir el acontecimiento, abrir el tiempo de la historia en tanto que tiempo de creación y despliegue de mundo.

Ese humano que carece de lugar en este mundo, tanto de lugar físico porque ha sido expulsado de su territorio, cuanto de lugar psíquico-subjetivo porque no calza ni alcanza con los atributos que definen la humanidad en la modernidad capitalista. Ese humano extranjero, absolutamente extranjero en el mundo capitalista, el que por el hecho de no tener lugar en el espacio del mercado mundial -ni como obrero, ni como consumidor, ni como ciudadano, ni como sujeto, ni como propietario privado, ni como individuo- tienen que abrir la puerta hacia otro mundo donde pueda existir, porque en éste simplemente no tienen oportunidad de existir, porque éste no es más su mundo, porque todo en él le es extraño y ajeno.

Ese humano es la mayoría silenciada, coartada de decisiones, prohibida de opciones, esa mayoría que padece las necias decisiones del poder burgués a nivel mundial y justamente por esto puede poner una distancia, no cínica, con el capitalismo, sus crisis, sus absurdos, sus contradicciones, sus promesas fracasadas y sus ilusiones gastadas.

Puede detenerse y observar, ocupar el lugar del observador que con su mirada extranjera desmonta la buena marcha del ritual mercantil que confirma el mito capitalista, digamos que puede observar las necedades de los rescates financieros que los estados aplican para salir de la crisis, o aquellos de las recetas científico-tecnológicas para evitar la ruina ecológica, o esos de las inyecciones económicas para motivar e impulsar el consumo depredador de los ciudadanos de los países industrializados, etc. El es el único observador extranjero de la idiotez del hombre moderno, el que puede escapar de la compulsión que nos lleva a caminar lo andado y repetir la historia.

La tarea de ese extranjero ya no es buscar un lugar en este mundo (exigir los derechos del ciudadano, mendigar recursos para su conversión en consumidor, reclamar su condición de fuerza de trabajo ofertable en el mercado laboral internacional, etc.), ya ni siquiera es acabar con este mundo porque el capitalismo se acabó “solo”, implosiona sin ayuda, su tarea es hacer justicia con su propia insistencia de porvenir y, como diría Alain Badieu, hacerse cargo de las consecuencia de la misma. Su tarea es provocar el acontecimiento histórico, porque solo el pueblo sin lugar puede romper el espacio que le niega y empezar a caminar, empezar su éxodo hacia otra manera de ser, otra manera de existir, otra humanidad.

El éxodo hacia el otro mundo no es fácil, exige asumir la muerte simbólica, es decir renunciar a este mundo y todas su promesas e ilusiones, que de paso hay que decir que ya casi no existen así que resulta menos complicado sino somos necios, renunciar y no regresar a ver, atravesar el desierto con la convicción absoluta e inmanente de que lo que construyamos más allá de este viejo y agónico mundo siempre será mejor, solo por el hecho de que empezaremos a construir.

Entendiendo que el capital ha colonizado la totalidad del territorio natural cerrando el tiempo de su propia historia y abarcando todo el espacio Tierra, el éxodo hacia el otro mundo no es un movimiento de desplazamiento espacial, es un viaje a un mundo otro, a una otra dimensión en el mismo punto azul del universo solar; es un viaje que no camina lo caminado aunque recorra las mismas geografías.

El éxodo hacia el otro mundo es una aventura psíquica, simbólica, subjetiva y material que exige mucha disciplina, pues como todo viaje a lo desconocido implica precariedad, indigencia, miedo y vulnerabilidad y solo la disciplina permitirá inscribir e instaurar una manera distinta de vivir, nuevas formas de mirarnos de relacionarnos, una nueva manera de estar en y con la naturaleza.

Los procesos donde se empieza una nueva praxis humana, digamos otra objetivación humana, tiene la cualidad de lo sagrado, es decir, reúnen en una misma experiencia lo tremendo y lo fascinante de lo no conocido, de lo aún no dibujado ni tejido.

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